Durante los primeros 15 años de maternidad, crié a mis hijos de manera automática y reactiva, repitiendo patrones poco útiles y transmitiendo, sin saberlo, una carga emocional a mis primeros dos hijos.
Era una mamá que gritaba, se enojaba con facilidad, criticaba, controlaba y buscaba la perfección. Ni yo, ni mis hijos estábamos disfrutando de la vida familiar. La tensión constante y la inestabilidad emocional afectaron mucho a mis dos hijos mayores, y culminaron en que mi hija mayor se distanciara de la familia.
Hace casi 10 años, inicié un camino de autoconocimiento y crecimiento personal que continuará toda mi vida. Me enfrenté a mis creencias limitantes y miedos, aprendí a reconocer y gestionar mis emociones, y comencé a observarme para entenderme mejor y resolver lo que me impedía crecer y evolucionar. Este proceso de transformación es continuo, no siempre lineal ni sencillo, pero profundamente necesario.